Alberto corría feliz por el prado junto a sus
compañeros; eran tres adolescentes muy amigos y una de sus diversiones era
pasar corriendo frente a la cabaña del leñador "caminante" como todos
lo conocían porque recorría grandes
distancias para buscar arboles adecuados a sus
necesidades artísticas; no todo tipo de madera era adecuada para
realizar sus trabajos de artesanías ; algunos sabían que el
sembraba dos arboles cada vez que talaba uno; sabia que preservar era
además de asegurarle más trabajo, dejar parte de su siembra a los futuros
leñadores; pero eso poco le importaba a los jóvenes amigos, su meta
era tirar piedras a la carrera contra la cabaña; el que acertara a un
vidrio ganaba la apuesta...
Muchas veces habían realizado esta apuesta
y sabían que el viejo leñador volvería a reponer
los vidrios en silencio; los mayores del
pueblo desconocían esta mala acción de los
muchachones; jamás habían escuchado una queja de parte del
veterano artesano; el venia poco al pueblo y cuando lo hacia, compraba sus
cosas y se marchaba en silencio.
Pero ese día paso algo inesperado que cambio la actitud
de Alberto y sus amigos para siempre.
José corría adelante provisto de una honda y al pasar disparo
contra el ventanal; uno de los vidrios estallo en pedazos y el levanto los
brazos feliz ¡¡¡Lo había logrado una vez más!!! Miro hacia atrás mientras
corría, quería ver si Alberto también acertaba y no vio la raíz expuesta de una
de las plantas, su pie derecho se trabo y cayo pesadamente contra el tronco de
una planta, su cabeza golpeo contra la madera y se dejo caer pesadamente;
cuando Pedro y Alberto llegaron a su lado vieron que de una lastimadura de su
rostro manaba mucha sangre, se desesperaron; el pueblo estaba a unos 2500
metros; no era lejos pero podría demandarles mucho tiempo ir por
ayuda, sus rostro comenzaron a surcarse por las lagrimas mientras Pedro
trataba de cubrir la herida y vendarla con su camisa, intentando parar
la hemorragia; de pronto escucharon una voz ronca pero firme…Lo
vendaremos, tengo algunas medicinas, me haré cargo mientras alguno de
ustedes va por ayuda.
Era el anciano leñador, que ponía la otra mejilla para
curar a quien lo había ofendido y lo hacia desinteresadamente.
Una hora después los jóvenes junto a
los médicos socorristas volvieron a la Comunidad y dicen que
cada vez que retornaban a la cabaña era para ayudar al leñador
a talar un nuevo árbol y darle un abrazo a su amigo.
Néstor Omar Salgado
Escritor y Consejero
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